domingo, 14 de junio de 2015

Tórtolas :)



Tengo este nido de tórtolas turcas en casa.


Los pichones de cerca.


La tórtola turca, una maldición divina
POR CÉSAR-JAVIER PALACIOS








Ayer salí al campo y pude por fin escuchar el inconfundible arrullo de una tórtola común (Streptopelia turtur). Me llevé una alegría, pues cada vez es más raro oír este símbolo natural del amor y del verano.

La tórtola viuda del romance de Fontefrida tiene muy complicado encontrar pareja. Sólo en Extremadura, sus poblaciones han caído más del 60% en apenas diez años.

Y sin embargo, en las ciudades las tórtolas se están convirtiendo en una incómoda fuente de suciedad y enfermedades. Sin ir más lejos, en Zaragoza llegaron a utilizar hace tres años un “camión trampa” con el que capturaron en pocos días más de 3.000 de estas aves.

¿En qué quedamos, se extinguen o son una plaga?

Las dos cosas, pues hablamos de dos especies completamente diferentes.

La común es campestre, de plumaje marrón, migratoria, y muy asustadiza.

La otra es la tórtola turca (Streptopelia decaocto), grisácea, sedentaria, algo más grande, urbana y muy confiada.

Esta última es una recién llegada a nuestra fauna. Como su nombre indica, procede de Asia Menor. Pero por causas desconocidas, a partir de mediados del siglo XX inició una fulgurante carrera de expansión por todo el mundo que le llevó tanto al Círculo Polar Ártico como a la India, Japón y el Caribe. Algo increíble para una especie no migratoria.

La primera española se vio en Asturias en 1960, y el primer nido se encontró en Santander en 1974. A partir de 1980 conquistó toda la península Ibérica y Baleares. En 1985 saltó a Marruecos y en 1990 llegó a Canarias.

Mientras una tórtola triunfa, la otra se bate en retirada. A los problemas de la caza, la mecanización agrícola, la homongenización del paisaje, el uso de pesticidas y fertilizantes y la sequía, la pobre tórtola común añade ahora la competencia de esta prima lejana suya, que no duda en expulsarla de sus árboles de toda la vida.

Y es que ya desde sus orígenes, la tórtola turca se ha visto como una maldición. De ahí le viene precisamente su nombre científico, decaocto, dieciocho, que es lo que machaconamente parece repetir en correcto griego hablado.

Cuentan en Grecia que cuando Jesucristo agonizaba en la cruz, un soldado romano se apiadó de él y quiso comprarle un cuenco de leche con el que aplacarle la sed. Una vieja vendedora le pedía 18 monedas, pero el centurión tan sólo tenía 17. No hubo manera de regatear. Tan sólo repetía 18, 18. Jesús la maldijo por ello, convirtiéndola en esa tórtola que sólo sabe decir en griego: 18, 18, 18. Cuando se avenga a razones, y diga 17, se convertirá de nuevo en ser humano. Pero si sube el precio a 19, significará que el fin del mundo está cerca.



Sobre estas líneas, un ejemplar de tórtola común, muy diferente en plumaje, tamaño, costumbres y canto a las urbanas tórtolas.

2 comentarios:

  1. Una entrada muy interesante, Carlos. Por aquí hace tiempo que llegaron y lo hicieron para quedarse.
    Un abrazo

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    1. Yo recuerdo que la primera vez que las ví hace ya bastantes años estaban a la venta en una tienda de mascotas, así que supongo que mucha culpa de su rápida expansión es cosa nuestra.

      Un abrazo.

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